martes, 30 de junio de 2009

De ella se decía

El futuro de la palabra en libertad

Analizaremos en este apartado las alternativas de constitución de la voz lírica en "De ella se decía" : último libro del poeta tucumano, Juan González, publicado en 1993.
Este texto de González adquiere importancia porque, por una parte, pone de manifiesto el carácter intercomunicado de toda su producción y por otra, es articulador de sus relaciones. Mirando al pasado, retoma con otro tono tópicos ya presentes en la trilogía: Pasión de la tribu (1988), Tribulaciones de la lengua (1989) y Cartas de Andrea de Azcuénaga (1991); mirando al futuro, los proyecta trabajando en una línea programático-textual de experimentación vanguardista.
Afirmamos que este texto se configura como un gran poema, una sucesión de instantáneas que se hilvanan en un discurso que las atraviesa y las conecta con otros textos del mismo autor y con textos de la cultura universal.
Todas las obras de González comparten un concepto de escritura que se hace praxis en la textualidad a través de un trabajo de ruptura que provoca extrañamiento al lector.
así las sorpresas lo reenvían permanentemente hacia dos polos:
a) al mismo lenguaje creado en el poema;y
b) a la historia argentina.
Ya hemos analizado en capítulos anteriores cómo Juan González presenta la historia como una construcción poética subjetiva a partir de la cual el lector puede reconstruir experiencialmente algunos hechos históricos-políticos que la cultura oficial ha borrado de su registro. En la propuesta se evidencia la intención de contestar con el descentramiento permanente a una verdad extra-textual, impuesta como única, desde el poder.
Para ello González construye un sujeto lírico que se percibe como un espacio, en permanente corrimiento.
El sujeto no es -aquí- un concepto fijo, definido dentro de límites y fronteras que no cambian, sino un ser que toma su identidad de discursos que se hallan en constante desplazamiento en el texto.
El hablante lírico es caja de resonancia de otras voces que vienen del pasado y hablan por su voz. Los cuerpos mudos de los desaparecidos durante la represión militar buscan decir su verdad a través de la voz del sujeto poético.
En "Cartas de Andrea de Azcuénaga", primero identificamos al sujeto lírico con una dama patricia, casada quizás con un Azcuénaga. Mientras la lectura avanza descubrimos que el apellido no es una marca de individualidad sino un espacio de enunciación del sujeto lírico. Ser trata del Arsenal Miguel de Azcuénaga que funcionó en la ruta 9, en Tucumán (1974-1983) como L.R.D (lugar de retención de detenidos).
En la cultura hegemónica, la historia silenciada ha quedado oprimida por el discurso del poder; y el mecanismo del texto refracta, a través del lenguaje, los mecanismos de la cultura. Tanto en una como en el otro, se pondrán en funcionamiento ciertas reservas inactuales de memoria para que el lector las actualice en un proceso de semiosis infinito.
El analizar de la metáfora del gallo en "Tribulaciones de la lengua" constatamos cómo los campos semánticos que intervienen en su construcción, duplican sus dimensiones en dos niveles interpretativos y de qué modo la combinatoria de los sememas encadena sonidos y significados que en la mente del lector actúan como catalizadores de la memoria.
En la poética de Juan González, los textos se construyen como metáforas de la cultura y confluyen en ellos dos tipos diferentes de auditorio: uno, íntimo, personal, concreto y conocido por el autor, para quién va dirigido el mensaje ; otro que, en virtud de una memoria común puede interpretar parte del mensaje en el lugar en que la sintaxis ordenada revela la presencia de cierto código normador. Pero, quien accede a una información más específica es el destinatario concreto cuya memoria individual conoce perfectamente el destinador. Es aquel que no necesita más que una alusión para actualizar el contenido de su memoria colectiva, el que interpretará con alto grado de competencia las construcciones elípticas y la semántica local que se esparce, fracturando e interrumpiendo, el continuum de los textos oficiales.
La complejidad de enunciadores en "Cartas de Andrea de Azcuénaga" o en "De ella se decía" y la aparición de topónimos regionales en "Tribulaciones de la lengua", apelan a un auditorio íntimo que reconstruye la elipsis del poema y localiza la tortura como un acontecimiento histórico que tuvo lugar en un espacio y tiempo preciso.
Tanto en "Cartas" como en "Tribulaciones, colisionan dos modos discursivos antagónicos: un discurrir consciente que traduce los contenidos de la cultura hegemónica y otro discurrir elíptico y alusivo que se apropia, en ciertos momentos, del primero y que manifiesta su poder en su capacidad para reconstruir, con la colaboración del lector, el sentido de un mensaje fracturado. Para que esto ocurra el sujeto lírico se deja hablar por multiplicidad de voces que lo atraviesan y lo confirman como construcción simbólica. Diferentes voces hablan por su voz.
Hemos visto en "Cartas de Andrea de Azcuénaga", una mujer hablando de sí misma o de los otros en primera persona. Ella, constituida en referente-enigma va revelando una faceta nueva y desconcertante en cada poemario.
Pero, en ciertos momentos y sin señalamiento previo, la primera persona se llena con un nuevo contenido. Un observador, íntimamente consustanciado con el objeto-enigma manifiesta, con un discurso en permanente fuga, que será imposible abarcar el referente. Este, mientras finge mostrarse se escurre de toda definición que pueda abarcarlo en su totalidad. Al mismo tiempo, un complejo sistema de correspondencia nos confirma que, en todos los textos, se habla de un mismo objeto: antes encerrado -Cartas- y ahora, libre -De ella se decía-.

Una humareda blanca sale
de su cabeza
eso sucede desde su nacimiento
escribe y salen de su boca
señales luminosas
y su cuerpo se cubre de mantillos
o valvas que se acumulan
en el granero de su lengua
que hace glub bufff
en su garganta estuosa
cuando da vueltas en la calesa
donde nació
entre plumas paraguayas
o joyas que cubrían su cuerpo desvelado

El objeto-femenino se focaliza desde una tercera persona que observa pero de pronto parece hablar de sí mismo en primera persona.

Aprendo el a b c e dario
deletreo en la imprenta
de gutenberg con el rebuzno
del asno que me lleva en el lomo
de la escritura que saboreo
mientras me abrocho los zapatos.

Sin embargo, en la segunda parte del texto, comprobamos que la acción de abrocharse los zapatos es realizada por el objeto-enigma y no por su observador.

camina entre la niebla
con un bolso
atravesado en la espalda
y va escuchando
el mensaje de las voces
que empiezan a rodearla

de dónde vienen y
en qué lengua hablan
cuando dicen su nombre
saldrán de su boca o dejarán
brotar todos los sonidos
que almacenan los idiomas
acaso escucha eso
o el diálogo de sus dedos
en los zapatos.

Observamos así, cómo dos identidades se deslizan imperceptiblemente por una misma voz. El sujeto lírico es, ora un objeto-enigma que se autodescribe; ora un testigo interlocutor del objeto.
Cuando el observador asume la tercera persona, lo hace para hablar del referente-enigma o de su relación con él. Intenta construirlo a partir de lo que él mismo sabe, de lo que otros dicen o de lo que se oye decir sobre sí mismo. Lo focaliza desde distintas distancias, habla de su pasado, de su presente y futuro y se posiciona así, como un intérprete privilegiado para rectificar las versiones de otros. Estos hablan o dicen del objeto sin conocerlo, él, en cambio, lo muestra desde la intimidad.

de ella se decía (los que no la conocen) que siempre
estaba en las nubes
que no sabía enhebrar
ni siquiera una aguja
pero (yo digo que) sus dedos eran ágiles y
su cuerpo exhalaba
un perfume que impregnaba
las huellas de sus pies

Estas reflexiones construyen en "De ella se decía" no sólo distintos enunciadores que intercambian su puestos imperceptiblemente en el texto, sino también distintos auditorios ante quienes el objeto se manifiesta de diferentes modos.
Los hablantes y los destinatarios se multiplican y la ausencia de conmutadores que anuncian el paso de un nivel discursivo a otro contribuye al borramiento de los espacios de enunciación. Los contenidos de las voces se desplazan, las focalizaciones se descentran y, de este modo, los espacios que se crean se diluyen casi simultáneamente para configurar otros.
En su intento por construir un referente enigmático, el observador-testigo apela a operaciones transtextuales como la cita, que abren la descripción del objeto-enigma a un campo de reflexión sobre la imposibilidad de abarcarlo en su totalidad.

a veces se siente
como debió sentirse la mesa
de disecciones de lautrêamont
el día en que se dio cuenta
que encima de ella
había un paraguas
y una máquina de coser

La paráfrasis de un texto cultural pictórico difumina en este ejémplo, los contornos del objeto que intenta describir.

arre arre dice y tira de la
soga de cuero
ella sabe que la soga es
su piel tan sonido
de campana que sale de sus
orejas cuando tenía siete años
¿eran siete los años de su campa?

Mientras se construye un referente inabarcable, el texto establece conexión con otros textos -vasos- del mismo autor.

no quiere pasar de nuevo
por esa zona
donde sus ojos quedaron sin luz
pero quiere volver a respirar
el olor de las calles
o su casa
donde trama la vida
bajo la luz del limonero
que plantó hace más de treinta
años en la fiesta de los ojos
de ´shuermano´

La elipsis se llena a partir del conocimiento obtenido en "Cartas". Se habla de un mismo referente-objeto que ahora está libre pero que antes estuvo prisionero.
El tejido del poema se transforma en un campo de indeterminación marcado por la ambigüedad permanente. Las personas verbales desplazan su contenido y los enunciados pueden adjudicarse, de manera indistinta, a dos sujetos:
a) el sujeto, observador y testigo del objeto que se representa.
b) el objeto mismo que se auto-representa.
Según el punto de mira que el lector asuma para la decodificación entenderá que habla uno u otro. En este sentido los epígrafes presentes en "De ella se decía" reiteran la ambigüedad de los de "Cartas de Andrea de Azcuénaga".

no se deja callar, no la dejo callar,

pliegue a pliegue, todos los soles
han caído a lo largo de su cuerpo

Si los interpretamos como emitidos por un observador, los entendemos como una solicitud al lector: debe atenderse al estatuto de veracidad para entender el mensaje como testimonio de una historia próxima. Si pensamos, en cambio, que el poema es enunciado por el referente-enigma, se patentiza el rol de simulacro del sujeto observador.
En el primer caso, el sujeto se presenta como constructor de un mensaje que busca desentrañar y purificar los sentidos de una verdad escondida.
Mediante la posesión de la palabra tiene intención de devolver al referente, una imagen más pura de sí mismo y lo constituirá en su interlocutor predilecto.
En el segundo caso, el sujeto lírico es sólo un instrumento del lenguaje y espera se hablado por la cultura de la que es producto.
¿Quién es el agente del proceso escriturario? ¿el sujeto individual o la memoria cultural colectiva que lo utiliza como transmisor e intérprete?
Finamente Juan González postula que la escritura es el sujeto de la enunciación. Ella busca limpiar la palabra poética para que cuente una historia silenciada por el poder y para que pongan en funcionamiento la memoria de una comunidad desarticulada por la disociación. Desde esta perspectiva, el sujeto se visualiza como un espacio, como un filtro atravesado por la voz de la cultura. La escritura viene a buscarlo porque es el lugar desde donde ella puede hacerse oír y porque es 'el otro lugar' desde donde se puede contemplar la historia.

alguien me dicta la palabra
casa o árbol
y me convierto en las
voces que me rodean
y separo la tierra de las aguas
o abro las semillas
y las arrojo de mi bolso
estoy aquí para servir la mesa
cenemos juntos
escuchemos a miles davis
o las voces de los beatles

Hemos analizado hasta aquí algunas estrategias discursivas a través de las cuales Juan González organiza su poética de vasos comunicantes. En ella el sujeto se manifiesta como un espacio en permanente corrimiento y este modo de concebirlo, posibilita la comunicación de un referente inacabado y escurridizo.
Un sujeto móvil circula por el mismo lenguaje que lo refracta y que, al descentrar las imágenes que construye, descentra también una verdad extra-textual, institucionalizada como única desde el poder.
La poética de Juan González propone, desde el espacio utópico de la textualidad, otra verdad alternativa en constante pugna con la primera. Arma un sujeto simulacro, una construcción simbólica para que afloren a la superficie textual hechos históricos significativos que permanecen ocultos en la memoria social de la comunidad y cuyo contenido debe ser rescatado para que no perdamos nuestra identidad y nuestra conciencia. Esta poética nos invita, desde la seducción de su lenguaje en permanente fuga, a reconocernos y a aceptarnos como frutos de una cultura disociada.

"El poder del signo disociado en la poética de Juan González"
Rita Indiana Jorrat - Tesis Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán, año 2005.

domingo, 7 de junio de 2009

De Ella se decía 13, 14, 15





Pasó por el fondo de la casa
y llevaba una falda roja
su rostro era alegre
muy parecido a las hojas
tiernas de algunas plantas
que dan flores en esa
estación del año

de ella se decía que siempre
estaba en las nubes
que no sabía enhebrar
ni siquiera una aguja
pero sus dedos eran ágiles y
su cuerpo exhalaba
un perfume que impregnaba
las huellas de sus pies

no sabía leer
pero escribía en el cielo
historias que sólo ella
entendía y contaba
por las calles en los oídos
de las esquinas y
su voz se deslizaba
por las acequias llenas de moras

Desde la cubierta ella barre
el mar con sus binoculares
y cruza la lengua del ecuador
donde es dueña del rayo
o de los sonidos que brotan
de las aguas

y abre una sombrilla en las
tormentas de alta mar
donde brama y llena su boca
de moluscos o redes que engulle
con pedazos
de pájaros aleutianos
que todavía aletean
en la jaula de sus dientes
que brillan cuando levanta
su mentón mojado de sal

o viento que empuja los restos
de sus jarcias que huelen a brea
o a caballos que relinchan
entre las arboledas
que dejó en el puerto
en medio de sirenas o ruidos
que siguen sonando en su memoria

como si una luz viajara
por las cuencas de sus ojos
o en el polvo acumulado
junto a su frente.

En la lengua adámica escribo
eso decía en una carta
enviada
desde el nilo
en el siglo V a. de c.

ahora las constelaciones
y el espacio se mueven
en el lomo de las escrituras
o en la cabellera de berenice
que flamea entre leo y bootes
mudando los signos del zodiaco
o su carta astral iluminada
tantas veces por el sol
que amanece con los ojos abiertos
en los húmedos caminos del mar

o en el polvo de sus huesos
de la giganta de benarés
que escribía
himnos sagrados o números
en las alas de las mariposas
que desovaban en los libros
o en las túnicas raídas

tal vez por eso se decía
que unas señales
fueron devorando su boca
con el roce de la escritura.